Sin duda alguna, la noticia del momento en el mundo occidental es la elección de un nuevo Papa: latino y jesuita. Estas dos condiciones darían para hacer un análisis geopolítico de lo que esto significa, pero como el tema central de este blog no es la política sino la Formación Afectiva, me dispongo a compartir las reflexiones que este hecho histórico me suscitan.
Minutos previos a la divulgación de la noticia, estaba justamente conversando sobre Religión con mi querida suegra. Ella, que es una fervorosa practicante católica, no termina de estar de acuerdo con nuestra resistencia hacia el bautizo de nuestros hijos. Nosotros sostenemos que Orianna y Dante son libres de elegir la Religión que quieran practicar, por eso no nos atrevemos a matricularlos sin ser ellos conscientes de lo que este rito del bautizo significa. Justo en ese instante y de manera casi que providencial, salió humo blanco en el vaticano. De inmediato nuestra conversación tomó otro rumbo y hubo un momento en el que tomé conciencia de una realidad que me ha influenciado como individuo y que muy seguramente tiene que ver con el hecho de que me haya convertido en Formador Afectivo.
Resulta que conversando con mi suegra, constato que mi vida ha estado conectada a la Religión Católica. Yo provengo de una familia sumamente disfuncional, visto desde la Formación Afectiva, de una familia indiferente, no de otra forma podría explicarme el hecho de haber tenido que partir de casa cuando apenas tenía 12 años de edad, para entonces mi familia ya se había roto, y cualquier lugar era seguro, comparado con el entorno en que estaba creciendo; un barrio popular de Pereira donde mi futuro estaba cantado: la delincuencia.
Justo en ese momento aparece la iglesia católica en mi vida. Más específicamente, entra en escena la Congregación de Religiosos Terciarios Capuchinos. Una orden cuyas raíces históricas se remontan al hombre cuyo nombre, ha tomado como propio el ahora Papa Francisco, los terciarios capuchinos descienden de los franciscanos.
En mi huida de ese inseguro entorno familiar y social, hice una fallida escala en Cali. Buscaba el apoyo de una rama de la Tribu Familiar que también resultó igual de indiferente. Motivo por el cual, a los 13 años recién cumplidos aterricé en una casa de los Terciarios Capuchinos en Bogotá, mas exactamente en Cajica: el Centro de Orientación Juvenil Luis Amigó. Desde el 18 de septiembre de 1993 hasta el 31 de diciembre de 2006, estuve protegido por la obra de esta organización. Es imposible desconocer esto. De hecho, entre mis profundos afectos se encuentra el aprecio hacia uno de sus representantes: el padre Arnoldo Acosta, quien estuvo presente en mi vida durante todo ese periodo. En otras palabras, estos curas y sus programas me educaron.
Lo anterior quiere decir que durante esos años de mi vida estuve expuesto a la influencia de las creencias, afectos y prácticas del catolicismo y que lógicamente, algo de ellos debió haber quedado en mi propia Forma de Vida, de hecho, la Formación Afectiva tiene algunas raíces allí y en su momento las pondré en evidencia. En conclusión, los Terciarios fueron mi familia, porque familia es quien te cuida, te protege, te corrige, te apoya, te anima. Eso hicieron estos religiosos católicos durante 13 años de mi existencia. Me ayudaron a salvarme de un destino cantado: la delincuencia y con ella, la miseria acompañada de la temprana muerte.
Como cosa curiosa, justo en el momento en el que termina mi relación formal con los Terciarios, aparece en mi existencia la mujer que me daría lo que la Vida en mi infancia, adolescencia y temprana juventud me negaría: una genuina familia.
A la luz de la Formación Afectiva, hoy puedo concluir que este encuentro con la Mincha es lo que me terminó de salvar definitivamente. Los Terciarios me educaron y con ello me liberaron de la delincuencia, y Luz Adriana con su Tribu Familiar (que ahora es también la mía me formó (es mas, aun me siguen formando), este afortunado hecho me salvó de cargar con una existencia sin sentido, amargada e infeliz.
En el seno de esta Tribu Familiar he podido experimentar lo que se siente ser genuinamente querido, cuidado, valorado, apoyado. Paradójicamente, mucho me costó desprenderme del influjo de esos afectos negativos que arrastré desde mi niñez. Afectos que se anidan en el corazón de quien crece sin un hogar.
Pero hoy, mientras escribo estas líneas, siendo las 6:42 de la mañana, escuchando como llueve a cantaros en estas frias montañas de Soacha, confirmo que he sido un hombre afortunado. He podido experimentar en carne propia una de las creencias fundamentales de un Formador Afectivo: ¿qué salva y libera a una persona? La Familia. ¿Y dónde nace la Familia? En la Pareja.
Imelda y Silvino (mis suegros) conforman la Pareja que construyó esta Tribu Familiar que me ha formado, salvado y liberado. Esta es una de las razones principales que me llevaron a convertirme en Formador Afectivo y como cosa curiosa, Imelda y Silvino son coherentes practicantes del catolicismo. Yo he sido acogido por una Pareja cuyas creencias, afectos y practicas están influenciadas por el sistema católico.
Por esta razón resulta tan significativa para mí la elección de este nuevo Papa. Porque me hace reflexionar sobre lo que ha significado el catolicismo en mi vida, y más que eso, me pone a pensar en el mensaje central que transmite la institución católica.
Francisco llama a la evangelización, a la transmisión del mensaje de Jesús. Un mensaje muy sencillo que ha sido tergiversado y manipulado a lo largo de mas de dos mil años. Un mensaje que se ha quedado encorsetado en los intríngulis políticos de una paquidérmica institución que ahora lidera el nuevo Papa Francisco.
Por mucho que la iglesia católica hable del Amor y de la importancia de la Familia para la salud de un individuo, la comunidad, la sociedad y la humanidad; su discurso –en estos tiempos de revoluciones en todos los sentidos- carece de un elemento clave para que el mensaje que transmiten cale en las conciencias de las personas: ni el Papa, ni los cardenales, ni los obispos, ni los sacerdotes rasos, encarnan íntegramente ese mensaje del Amor y la Familia como vehículos de salvación y liberación.
¿Por qué?
Porque el amor empático nace en la Pareja y es la Pareja la que puede estar en condiciones –si recibe la formación adecuada- para producir el Amor que alimentará a su familia y de ahí, producir el Amor que alimentará al resto de su Tribu Familiar, y de ahí a su Comunidad, a su sociedad, a los miembros de su especie humana.
No quiero en esta reflexión plantear consideraciones teológicas solo me interesa dejarme claro a mi mismo y a quien hipotéticamente lea este texto, que la clave de la vida está en el Amor y la Familia y que una institución tan importante como la Iglesia Católica debería encarnar estas realidades humanas. Mientras se niegue a hacerlo, seguirá su camino hacia la extinción cultural.
Personalmente me interesa rescatar lo bueno que ha hecho esta institución. No me interesa caer en los extremos del fanatismo religioso fundamentalista, ni mucho menos en el extremo de la negación absoluta. Creo que como humanidad necesitamos modelos, pero sobre todo, necesitamos humanos que encarnen esos modelos, no solo que hablen de su importancia.
El Amor y la Familia, esto es lo que debemos encarnar y construir los Formadores Afectivos. Esto es lo que justamente me ha permitido comprehender la Formación Afectiva. Por eso la consideramos una Causa, una Forma de Vida, y si tú lo deseas, también puede ser la tuya.